“El sirviente” : la perversión como una forma de subjetividad

Alejandra Cowes † [Psicóloga, con especialización en psicoanálisis. Fue miembro fundadora y directora de FAPES, Fundación Argentina para el Estudio de las Sectas. Desarrolla su actividad en Buenos Aires]

Sinopsis del film

Hugo Barret (Dirk Bogarde) es un seductor y perspicaz mayordomo contratado por el refinado aristócrata Tony Mountset (James Fox) para que mantenga el orden de su recién adquirida casa. Hugo es eficiente hasta el exceso, y cumpliendo los deseos de su patrón aun antes de que éste los exprese, irá cuestionando los roles asignados por la relación entre clases típica de la sociedad británica.

La situación se hace más compleja cuando ingresan, en torno a la relación entre el aristócrata y su mayordomo, la novia del primero y una presunta hermana del segundo. El juego de poder abierto entre los personajes llevará hacia un cambio de situación de dramáticas consecuencias.

La perversión como una forma de subjetividad

El film de Joseph Losey (fundado en la notable pieza teatral de Harold Pinter) nos enfrenta a un sujeto ubicado en un tipo particular de relación dentro de la cual, luego de varias peripecias, va quedando irremediablemente despojado en un doble sentido. Por una parte pierde lo que era, su condición de aristócrata y su poder consustancial como miembro de la clase dirigente. Por otra parte pierde todo lo que le pertenecía, sus bienes junto a los atributos de esa identidad social. El desmoronamiento abarca todo: su posición social, su novia, sus bienes, su identidad.

En la historia que nos presenta El sirviente queda al desnudo aquello que sostenemos al afirmar que en este tipo particular de lazo social se torna imprescindible en un primer momento cierta disposición voluntaria del sujeto en cuanto al establecimiento de los lazos que pronto lo aferrarán de un modo que escapará de toda posibilidad de control.

Una vez traspasado el límite puesto al deseo invasivo del otro, el sujeto es afectado por una pérdida progresiva en cuanto a las dimensiones del ser y del tener, en virtud de la manipulación ejercida por alguien que ocupa, respecto de él, el lugar de amo.

De todas maneras es preciso hacer una salvedad en relación al necesario consentimiento inicial del sujeto que luego es propuesto a una situación de servidumbre. Adviértase que en el film, Tony, el aristócrata, va aceptando la creciente situación de dependencia propuesta por la acción invasiva de su mayordomo Hugo. Lo hace, al comienzo, con cierta complacencia. Parece haber en ello una respuesta a su propio deseo, y es precisamente hasta ese punto donde se verifica esa cualidad de aceptación desde quien es progresivamente sometido a las redes de la perversión. Termina el deseo y comienzo del goce. El joven aristócrata da ese primer paso otorgando su consentimiento. La seducción aduladora de su mayordomo, la sensación de tener todos los problemas resueltos y una responsabilidad que transfiere a otro para aliviarlo de sus cargas, le imposibilita poseer conciencia alguna del entramado que finalmente lo atrapará.

Lo que sigue en el film, puesta en marcha esa relación que se afirma a cada pequeña transgresión de Hugo hacia la intimidad de Tony, adquiere los contornos de un proceso irrefrenable, a partir del sistemático sometimiento, el uso de sus debilidades sexuales, de las relaciones de poder ejercidas hasta en las dimensiones más microscópicas, hasta hacerlo caer desde su posición subjetiva a la condición de objeto, o más aún, de resto. Del despojamiento absoluto ha progresado dolorosamente a la condición de despojo él mismo.

En este film queda de manifiesto no sólo el trabajo de despojamiento, sino principalmente la habilidad del sirviente para ir registrando minuciosamente las necesidades de su amo, el cuidado, el confort, la atención, el abrigo, demostrando el conocimiento incluso de sus necesidades antes de que le sean expresadas, invadiendo no sólo el ámbito físico sino también su propio espacio psíquico. Ingresando así en la privacidad de Tony, traspasándolo.

El primer momento, el del ingreso con consentimiento voluntario en una presunta comunión de intereses y deseos complementarios en el mismo instante de establecer la relación social, nos demuestra claramente lo que ocurre en todo grupo sectario de carácter totalitario cuando el ingresante o candidato a futuro adepto se acerca a esa comunidad. En esa situación su deseo es capturado, quedando velada la manipulación y sus maquinarias que, luego de la lógica de aceptación inicial, llevarán al sujeto a una deprivación que lo conducirá finalmente al lugar de objeto, instrumento del otro que se propone como un amo absoluto.

En cuanto a las situaciones de violencia psicológica creciente, lo que ocurre en el film frente a la aparición de Vera, la “hermana-novia” de Hugo y su creciente efecto sobre Tony, deja la instrumentación expuesta con toda su crudeza, evidenciando la imposibilidad de estos sujetos de sentir amor o ternura, quedando como único contrato posible el propio del lazo perverso, ejercido desde una subjetividad psicopática, utilizando todo recurso del entorno para propio beneficio. Por otra parte, también El sirviente demuestra claramente que el lazo que se establece entre dos sujetos puede observarse de manera ampliada en un grupo sectario –aunque con elementos más complejos, que exceden este marco- con consecuencias catastróficas para quienes asumen el lugar de aquellos a ser despojados.

Otro punto a destacar en relación al film de Losey es cómo puede verse al sirviente aplicado al cumplimiento del deseo de su aristocrático patrón, presuntamente respetuoso de la ley y de las normas, con una puntillosidad exacerbada. Tal ejercicio de detallismo servicial no es otra cosa que la contracara del deseo de control absoluto, que progresivamente quedará desenmascarado. Para Hugo, podrá verse, la única ley es la de su deseo, y la única regla es la de la transgresión. Su presunto señor quedó limitado a un pobre despojo humano, reptando frente a nosotros, y el goce del perverso no se extiende sobre lo obtenido en el trabajo de despojamiento, sino en el mantenimiento de una relación tendida entre esas dos posiciones. El botín del psicópata no es sólo la acumulación de bienes de su víctima obtenidos en el despojo, sino el sostén de la relación perversa con alguien reducido a esclavo de su propio deseo, que queda reducido en ese sentido, casi a una cosa más en el inventario de sus conquistas.

Quedan por considerar, para futuros escritos, otras cuestiones como la relativa a la función de la mirada en el perverso y su partenaire, las determinaciones inconscientes en juego, o el destino de cada estructura clínica en este campo.

AIIAP