¿Es mejor ser confiado o desconfiado? Lo que la confianza puede enseñarnos sobre el problema de las sectas

Íñigo Rubio. Psiquiatra. Presidente de la AIIAP. Autor del podcast «El lado malo de la historia».

1. QUÉ ES LA CONFIANZA Y POR QUÉ ES IMPORTANTE EN EL PROBLEMA DEL SECTARISMO

Se da una pregunta, en lo que concierne al problema de las sectas, a la que resulta difícil dar respuesta: ¿Por qué hay personas buenas y más o menos normales que terminan perteneciendo a grupos dañinos, que tanto acaban por perjudicarlos a ellos y también a otros? Para que uno empiece a acudir a retiros de yoga, o se comprometa con un grupo religioso, o acuda a maratones de crecimiento personal, o invierta sus ahorros en criptomonedas, en definitiva, para que alguien acabe girando en la órbita de un grupo potencialmente sectario, parece que existe un primer momento en el que lo hace por propia voluntad, de buena fe, sin que nadie le obligue o le coaccione, con la esperanza de encontrar algo que está buscando. Es decir, la persona da su confianza a alguien. Luego viene todo lo demás.

Merece la pena, por tanto, preguntarse por la cuestión de la confianza ¿Es buena la confianza? ¿Es bueno confiar o es mejor desconfiar? Porque, si partimos de la premisa que uno de los motivos por los que la gente cae en las garras de las sectas es debido a su confianza en estos grupos, ¿es peligroso confiar? ¿Deberíamos de ser desconfiados? Se trata éste, el de la confianza, de un tema sobre el que podría reflexionarse mucho, y que, llamativamente y hasta donde he podido saber, apenas ha sido abordado por ninguna escuela psicoterapéutica ni tampoco por la psicología social. En el siguiente texto, no aspiro dar una respuesta definitiva ni cerrar el tema. Me propongo, al contrario, desarrollar una serie de reflexiones con las que plantear el intríngulis del problema y sus diferentes derivaciones, y quizá plantear alguna posible idea que pudiera servir a comprender mejor el problema de las sectas que, en el mejor de los casos, ayuden a comprender la problemática del sectarismo.

Así pues, empecemos por el principio: ¿qué es la confianza?

Las dos primeras acepciones que admite la RAE (1. Esperanza firme que se tiene en alguien o algo. 2. Seguridad que alguien tiene en sí mismo) apuntan ya una característica esencial de la confianza, su naturaleza interpersonal que involucra al yo y también a otro u otros. Pensemos en ese juego en el que se pide a una persona que se coloque de espaldas a otra persona, cierre los ojos y se deje caer hacia atrás con la promesa de que la otra persona lo agarrará al caerse. Para que el sujeto se atreva a tirarse necesita en primer lugar confiar en que la otra persona lo cogerá y a la vez necesita confiar en sí mismo y superar el miedo a una posible caída contra el suelo.

Es también interesante la etimología de la palabra. La palabra española para la confianza proviene, como tantas, del latín y se halla compuesta por el prefijo “con” que quiere decir todo o junto, más “fides” que significa fe. Tener fe en alguien, o en todo, en un conjunto, en un nosotros.

2. EL PARA QUÉ Y EL CÓMO

¿Y para qué sirve la confianza? Con las dos ideas anteriores en mente podemos atrevernos ya a proponer una posible respuesta: La función de la confianza es respondernos a la pregunta de si una persona es buena o mala para nosotros, si va a ser una presencia benefactora que nos ame, nos cuide, nos proteja, nos enseñe, nos de trabajo o nos proporcione un servicio de calidad, o lo contrario. Se trataría de una suerte de termómetro de seguridad interpersonal.

Confiar se podría definir como un optimismo hacia las relaciones Confiar tiene que ver con estar abierto, con sentirnos seguros y poder bajar la guardia, con mostrarnos como somos, con no tener miedo a dejar ver nuestras vulnerabilidades. La desconfianza en cambio es un pesimismo hacia las relaciones, es una defensa, es un estar cerrado, es controlar lo que mostramos de nosotros mismos para prevenirnos de las posibles malas intenciones de los demás. La confianza es necesaria para la construcción de relaciones de intimidad, de proximidad. El amor, se ha escrito, no es otra cosa que llegar a tener tanta confianza con alguien como para poder contarle todo. La desconfianza es necesaria para protegerse y relacionarse sin sufrir daño en un mundo de relaciones ambiguas e inconstantes.

La confianza y su contrario, la desconfianza, no sólo configuran nuestras relaciones interpersonales sino también el funcionamiento de diferentes ámbitos de la sociedad, como las relaciones laborales, la política, la economía o las relaciones internacionales entre países, entre otros. Por poner algunos ejemplos, elegimos dentista o un especialista médico por recomendación de un tercero en cuyo criterio confiamos, reservamos mesa en un restaurante porque las reseñas y opiniones de Google hacen que nos inspire confianza, los valores en bolsa suben y bajan por la confianza que inspiran las empresas. Para un comercial o un abogado o un psicólogo es fundamental inspirar confianza en sus clientes o pacientes. Y al revés, la desconfianza puede ser un atributo para un policía, un viajero, o incluso para un psicólogo, que no va a confiar a priori en lo que un paciente cuenta de sí mismo y al cual una dosis de desconfianza le puede permitir ser más perspicaz e inquisitivo.

Ahora que tenemos el para qué, conviene preguntarnos por el cómo. ¿Cómo funciona la confianza? La confianza nos permite formarnos una idea de una persona o, empleando términos más técnicos, tener una representación interna más o menos estable de esa persona. Nos permite decir a cerca de una pareja, un amigo, un jefe, un vecino o un político: sé qué tipo de persona, sé qué puedo esperar de él. En última instancia: sé quién es. Ahora bien, ¿es posible conocer enteramente a una persona?

Una primera consideración a tener en cuenta es que las personas no nos mostramos tal y como somos, o quizá no tenemos una única forma genuina de ser, sino que en función de cada situación ante cada persona nos mostramos de una forma diferente. Desempeñamos un papel en función de lo que se espera de nosotros y de lo que nosotros pensamos que es adecuado en cada momento. Es decir, adoptamos roles, el del buen cónyuge, el del buen progenitor, el del buen amigo, el del buen trabajador, el buen ciudadano. Nos ponemos caretas con las que mostrar la mejor versión de nosotros mismos, nuestro yo ideal.

De esto podemos deducir que la confianza no es un valor estable y absoluto, sino fluctuante y contextual pudiendo variar en el tiempo y en el espacio. Así se comprenden esas frases que hemos podido oír o decir nosotros mismos: “has cambiado, ya no sé quién eres”, o “no me gusta la persona en la que te conviertes cuando estás con tus amigos”. Nunca sabemos enteramente cómo se comportan las personas en las que confiamos cuando se hallan con otras personas o a solas con su conciencia, ni lo que dicen o piensan de nosotros

¿Cómo, por tanto, nos hacemos una imagen interna de una persona? Existen diferentes vías de acercamiento. Nos valemos, en parte, de lo que una persona dice de sí mismo, por más que lo que una persona dice de sí misma no se corresponda necesariamente con la realidad. Nos valemos, también, de lo que dice de otras personas porque, sabiendo cómo habla de otras personas podemos saber qué tipo de persona es. Y no sólo por la palabra se conoce a nadie, esto lo sabía Freud y lo ratifica el psicoanálisis, sino por todo lo que no dice, pero actúa. Aunque también esto, nuestra capacidad de juzgar y ponderar a las personas se antoja muy falible. No vemos a las personas como son, porque nuestra mirada no es tan penetrante ni aguda. Vemos de las personas lo que podemos ver,lo que nuestras limitaciones nos permiten. O lo que queremos ver, porque a veces tendemos a idealizar y proyectar en esa persona cosas que queremos encontrar en ella y que no necesariamente son suyas, o tendemos a devaluar y proyectar sentimientos agresivos en alguien que no necesariamente lo merece.

Se ha dicho también que un ser humano tarda muy poco tiempo, a veces unos pocos segundos, en formarse una primera impresión de una persona; y esa impresión se forja con aspectos un tanto aleatorios, de los que la propia persona a menudo es inconsciente. Tienen que ver, por ejemplo, con el aspecto físico (belleza, color de piel, altura, peso), con la indumentaria, con su acento, con ciertas actitudes (introversión/extroversión, seguridad/inseguridad) y que, en realidad, nos dicen poco de la bondad y honestidad de esa persona. En realidad, dicen mucho más de nosotros mismos, pues se basan más en un conjunto de prejuicios y experiencias previas de la persona. Las primeras impresiones son más fijas y duraderas de lo que quizá sería adecuado por eso se ha dicho también: “se tarda mucho tiempo en deshacer una primera mala impresión” –o buena. 

A veces tardamos mucho tiempo, años, en poder llegar a conocer a una persona, a ajustar la idea que teníamos de esa persona y tener una representación interna estable, aunque sólo aproximada, de la persona que es, y esto siempre con un rango de incertidumbre importante. Desgraciadamente para entonces ya es demasiado tarde, de ahí la expresión “se me ha caído la venda de los ojos”.

En cómo se construye la confianza o desconfianza que yo siento hacia un segundo es fundamental los terceros; la triangulación en jerga psicoanalítica. Una tercera nos ayuda a perfilar nuestra opinión sobre una segunda. Me ayuda a confiar en una persona el que otra persona en la que ya confío confíe a su vez en esta persona. Y al contrario, mi confianza en una persona se puede poner en riesgo si otra persona en la que confío me da otro punto diferente no tan favorecedor. Quizá por eso las habladurías y las críticas ejercen un papel tan importante en la sociedad, y a algunas personas les importa tanto el “qué dirán”.

Cuantas más opiniones se nos ofrecen de una persona por una tercera, una cuarta, una quinta –y así sucesivamente–, más matizada puede ser nuestra idea de ella y por tanto más seguros nos podemos sentir en nuestra confianza o desconfianza. No obstante, como en psicología las cosas nunca son sencillas, al añadir puntos de vista sobre una persona, podemos acumular también juicios contradictorios y hasta incompatibles lo que, paradójicamente, puede hacernos sentir más confusos y en última instancia, impedirnos saber qué pensamos exactamente sobre esa persona.          

3. LA CONFIANZA CUANTITATIVAMENTE

Una forma de estudiar fenomenológicamente la confianza/desconfianza sería plantearla en una escala cuantitativa. Así, podríamos colocar en un extremo a ciertos tipos de personalidades que presentan un exceso de confianza. En otro, aquellos que presentan un déficit de confianza, o un exceso de desconfianza: los paranoides…

Sin embargo, esta primera propuesta para catalogar la confianza adolece, por su simplicidad, muchas debilidades, como es evidente. Pensemos por ejemplo en los paranoides o ese otro nuevo perfil caracterológico, los llamados conspiranoicos. Podríamos pensar que son desconfiados en exceso, de ahí sus bizarras interpretaciones de la realidad, sin embargo, es igual de cierto que se muestran excesivamente confiados hacia cualquier noticia o información que confirman sus creencias, especialmente si proviene de alguien de su círculo. A este fenómeno podríamos llamarlo la “paradoja de la desconfianza”. Una paciente que sufría un trastorno de personalidad paranoide decía en consulta: “cuando te sientes tan sola y atacada por el mundo acabas encontrando dos o tres personas que piensan como tú”.

Es más, la credulidad en estos grupos de perfil paranoide, de los que habló ampliamente Pedro Cubero, y la confianza hacia los suyos, es elevada hasta lo paroxístico. Otro autor, Lamar Keene acuñó el término “síndrome del verdadero creyente” según el cual, aquellos devotos que profesan una fe de cualquier tipo, en ocasiones siguen creyendo incluso después de haberse demostrado lo infundado y equivocado de sus creencias. ¿Por qué una persona sigue creyendo cuando todo apunta en contra? Fox Mulder, el agente del FBI protagonista de Expediente X, tenía colgado de su despacho un póster de un ovni y las siguientes palabras: “I WANT TO BELIEVE”. Para algunos sería demasiado doloroso renunciar a sus creencias y admitir que han vivido engañados, han construido su vida en torno a esa confianza, su identidad les va en ello. No es solo que no puedan dejar de creer, es que tampoco quieren.

Volviendo nuestra atención ahora hacia los fenómenos sectarios podríamos plantearnos como hipótesis: ¿presentan los sectarios un exceso de confianza? Si bien se ha insistido en que no existen tipologías definidas para las personas que acaban en una secta, Roy se atrevió a proponer tres perfiles:

1) Jóvenes que rondan los veinte años, de clase media, con estudios universitarios, con mayor representación femenina y de procedencia primordialmente urbana, sin psicopatología, rasgos de obsesividad, idealismo, mala tolerancia a la competitividad y rasgos dependientes.

2) Persona en la cuarta década de la vida, que se han dedicado a flirtear con grupos en una especie de “zapping” de convicciones, siempre en búsqueda de algo que nunca alcanzan a encontrar y

3) Jóvenes con antecedentes de dependencias afectivas o a sustancias en las que el vínculo sectario parece constituirse como una búsqueda de mayor salud.

Si bien es cierto que en el primer grupo encontramos ese idealismo que podría entenderse como una persecución de grandes causas cargada de cierta ingenuidad, y en el segundo encontramos a personas crédulas hacia cualquier credo alternativo, parecería forzado atribuir a cualquiera de estos tres grupos un exceso de confianza.

4. LA CONFIANZA DESDE UN PUNTO DE VISTA MADURATIVO

Algo bastante evidente y que podemos concluir de lo anterior es que la confianza o desconfianza no es indiscriminada. Confiamos o estamos abiertos a ciertas personas o ciertos tipos de discurso si son semejantes a nosotros, si compartimos unas señas de identidad con ellas. Vamos a confiar con mayor facilidad en los nuestros, en los que son de nuestra sangre, de nuestra tribu, de nuestro pueblo, de nuestro sexo, de nuestra edad, o hablan nuestro idioma, o profesan nuestra religión, o son de nuestro equipo de futbol o escuchan la misma música que nosotros. Un refrán árabe lo resume así: “Yo contra mi hermano, mi hermano y yo contra mi primo, mi primo mi hermano y yo contra el extraño”.

Si confiamos en los que son parecidos a nosotros, puede que esto sea debido a cuestión evolutiva, para aumentar las posibilidades de supervivencia, pero también por una cuestión madurativa. Fue Vygotsky el que se dio cuenta de que el niño –y también el adulto– va a necesitar de la influencia de otras personas para crecer, madurar, progresar y, en definitiva, desarrollar todo su potencial. A esta la bautizó como zona de desarrollo proximal. Bajo la guía de un adulto próximo a él, en el que el niño confía, éste comienza a ser capaz de enfrentarse a problemas que sólo no hubiera sido capaz. De la importancia capital de la confianza en el desarrollo psíquico también se dio cuenta Erik Erikson que, en su teoría de las ocho etapas del desarrollo psicosocial, llamó a la primera, la que transcurre entre los 0 y 18 meses, la de la confianza básica, durante la cual el niño adquiere un sentimiento de seguridad en su relación con los demás y con el mundo.

Las ideas de Vigotsky y Erikson las podemos trasladar también a los adultos: no sólo la confianza es necesaria para la construcción de relaciones significativas, como ya se ha apuntado, sino que, sin la confianza en otros, no podremos alcanzar nuestro máximo desarrollo ni lograr afrontar algunos trances vitales. Un ejemplo es la relación terapéutica, en el que la confianza en el terapeuta y la influencia de este sobre nosotros es lo que va a lograr, en parte, ayudar a sanarnos.

También son importantes a la hora de entender nuestro comportamiento en momentos de crisis o sufrimiento, cuando nuestra confianza básica en las personas o en el mundo se ve amenazada: puede ocurrir entonces que busquemos refugiarnos en relaciones que restablezcan nuestra confianza básica; en ocasiones estas pueden ser relaciones regresivas, con un tinte paterno/maternofilial. Relaciones estas que pueden ser sentimentales, pero también sectarias líder-adepto, bajo la apariencia de una relación terapéutica o espiritual.

5. LA CONFIANZA EN LAS RELACIONES SECTARIAS

Llegamos ahora al núcleo argumental del texto. ¿Cómo se aprovechan las sectas de nuestra confianza? En el esfuerzo por explicar el funcionamiento de las sectas se han propuesto a lo largo de los últimos años diferentes modelos explicativos. En un extremo encontramos aquellos que piensan que se trata de una cuestión de creencias: si uno es devoto de cierto movimiento religioso, es por una decisión libre guiada por sus creencias personales sobre las que nada que nada se puede objetar. En otro extremo encontramos una visión que caló en los años 60 y 70 y cuyos términos todavía se emplean: el del lavado de cerebro según el cual el sujeto que pertenece a una secta ha sido manipulado mentalmente de forma que ya no actúa libremente, sino que su voluntad está controlada por el líder y el grupo.

Entre ambos encontramos otras propuestas como el modelo adictivo. Según esta teoría existirían adicciones sin sustancias de por medio; el sujeto sectario estaría adicto a un líder o un grupo, cuyas ideas consumiría de forma compulsiva y cuya voluntad estaría doblegada y supeditada a ellas. Otro modelo es el desarrollado por el psiquiatra Pedro Cubero –muy interesante, aunque no lo suficientemente conocido–, según el cual existirían grupos de contagio paranoide, grupos entre cuyos miembros se produce una activación de la conducta paranoide como consecuencia de un contagio colectivo y recíproco y que produce una llamativa transformación de los individuos que lo integran.

Por último, se ha propuesto un modelo relacional según el cual, en palabras de Miguel Perlado, el sujeto no es un mero objeto engañado al que se le ha lavado el cerebro, sino que busca el vínculo sectario y participa activamente en él, aunque éste termine convirtiéndose en un nudo o atadura que lo sujeta e inmoviliza. Este vínculo sectario tendría como elemento constitutivo y fundamental el desarrollo de una confianza ciega hacia el líder y el grupo, es decir, una forma patológica de confianza.

6. LA PERVERSIÓN DE LA CONFIANZA

Al principio de este artículo nos preguntábamos por qué acabamos dando nuestra confianza a personas que no la merecen. La respuesta más corta es: porque nos seducen y nos dejamos seducir.Se nos promete un ideal a la vez que se nos hace sentir especiales, únicos, y que parece dar respuesta a algunos de nuestros anhelos más profundos.

Esta seducción es un proceso paulatino, aunque a veces muy rápido, de persuasión e influencia. Robert Cialdini ha sido uno de los psicólogos que ha estudiado los mecanismos psicológicos en los que se basan estos procesos de persuasión en el ámbito de las ventas y los negocios que quizá podamos extrapolar al ámbito de las sectas. Brevemente, Cialdini propone seis. 1) La urgencia o escasez: en las sectas encontramos discursos apocalípticos que … 2) La autoridad: los líderes se nos presentan como figuras embestidas de carisma, sabiduría y poderes terapéuticos o espirituales. 3) La regla de la reciprocidad: a través de favores que luego no lo son, nos hacen sentirnos en deuda. 4) Causar simpatía o el conocido lovebombing: al potencial adepto se le bombardea de amor para hacerle sentir querido y especial. 5) Aprobación social: en situaciones de incertidumbre como puede ser una enfermedad o un malestar psicológico agudo, seremos más propensos a suspender nuestra capacidad crítica y actuar como actúan otros o dejarnos guiar por la opinión de otros. 6) Compromiso y coherencia: nos comprometemos con nuestras decisiones, aunque puedan ser equivocadas, o nos comprometan con un grupo o un líder carismáticos.

La seducción sería, y en esto seguimos otra vez las ideas de Miguel Perlado, la primera de las fases de ese llamado vínculo sectario. Una vez seducido al sujeto con promesas de salvación, sanación o riqueza, por mencionar algunas las más frecuentes, el grupo procederá a destruir la confianza que éste tiene en sí mismo y en el mundo externo a través de unos mecanismos diferentes los anteriores como los famosos criterios de Roger Jay Lifton (aislamiento del medio, manipulación mística, exigencia de pureza, culto al credo, la carga del lenguaje, sacralización de la ciencia, la doctrina sobre la persona y la dispensación de la existencia). Una vez logrado esto se procede a la tercera fase, que consiste en la construcción de una pseudoidentidad, réplica del líder y del resto de los miembros.

Por tanto, el vínculo sectario se puede entender como una perversión de la confianza dada: a través de un proceso de seducción primero se obtiene la confianza de la persona para luego destruir la confianza que éste tiene en sí mismo –sus opiniones ni su individualidad cuentan– y en el mundo externo a la vez que se promueve una confianza ciega en el líder y en el grupo

7. LA CONFIANZA A LA SALIDA DE UNA SECTA

Para terminar, es interesante pensar también en lo que ocurre con la confianza a la salida de una secta. Y lo que se observa es que a menudo las personas que han pertenecido a un grupo coercitivo pierden su capacidad de confiar. Después de haber creído tan ciegamente en algo, puede que ya no se vuelvan a sentir capaces de otorgar su confianza a nada, a ningún grupo, persona o ideal. ¿Cómo volver a confiar cuando una vez se confió tanto en algo y resultó que no valía la pena, que se vivía en una mentira? No sólo se vuelve difícil confiar, sino que el sujeto desconfía, principalmente, de sí mismo, como si se dijera: “¿Cómo fui capaz de creer en esas personas y comportarme como lo hice?”. Y esta pérdida en la capacidad de confiar es, hasta cierto punto, traumática, porque en adelante se verá la dificultada la capacidad para crear nuevos vínculos de intimidad y seguridad.

AIIAP